Matot-Masei
8 julio, 2021
Matot
Cada promesa sin cumplir aleja a D’s del espacio entre nosotros y otras personas. Con esta idea quisiera referirme brevemente a la parashá de Matot. Nuestra Torá nos enseña que por medio de la palabra D’s creó al mundo, como si no hubiera distinción entre la palabra y la cosa de la creación. De hecho, en ocasiones, el Tanaj ocupa el concepto de “dabar Adonai” de tal modo en que cuesta distinguir si estamos hablando de una palabra o de una realidad en sí misma, especialmente cuando los profetas tienen una visión. En palabras del poeta, nombrar es crear. Y esta última declaración es tan válida para D’s como para el hombre, creado a su imagen. Cada vez que recitamos el kidush estamos santificando al día de Shabat y lo aparta del resto de la semana de modo análogo al cual D’s lo santifica en Bereshit ¡El ser humano tiene también esa capacidad de crear realidades, aún si es solo en nuestra mente! Y de ese modo, una promesa es una declaración de una realidad que se debe manifestar.
Comienza así esta parashá con la declaración de Moshé a los jefes de las tribus, diciéndoles “esta (cosa/palabra) es la que ha ordenado D’s”, y prosigue con las leyes de relacionadas a los juramentos, para concluir con el juramento de las tribus de Gad, Reuben y la tribu de Menashé para poder tomar posesión de la tierra al este del Yardén a cambio de apoyar la conquista de la Tierra Prometida.
Un modo de entender esto es con el dicho “somos amos de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras”. Al no cumplir una promesa, estamos creando un vacío, la ausencia del bien que debía existir. Estamos vaciando la palabra de su contenido de realidad y poniendo una distancia insalvable entre el dabar como palabra y el dabar como realidad. Y al hacerlo, estamos haciendo un jilul, una profanación de un espacio donde D’s iba a residir, entre prometedor y prometido.
Por supuesto que D’ entiende cuando una promesa no se puede cumplir por un motivo de fuerza mayor, como la enfermedad o las emergencias. Pero si le hicimos una promesa a la esposa, a los hijos o los amigos, nuestro deber está en mantener ese esfuerzo en cumplir por honor al D’s único que se esconde tras un rostro humano.
Masei
Al observar la parashá de Masei, que en esta ocasión leemos junto con matot, notamos que esta comienza haciendo una larga y detallada descripción del camino realizado desde la salida de Egipto hasta llegar frente a Jericó, del lado este del Yardén, detallando los incidentes acontecidos en el camino. Al finalizar Matot vemos como Moshé teme por parte de estas tribus una situación semejante a la de los espías que se opusieron a ingresar a la tierra prometida, y en esta descripción con la que comienza Masei, cumple una función recordatoria. Pero… ¿Recordarnos qué, exactamente?
De vez en cuando, todos debemos tomarnos el tiempo de recordar de dónde venimos y a dónde vamos. Todos tenemos nuestras propias “Tierras prometidas”, objetivos que queremos alcanzar y que tienen un camino por recorrer. Ese camino está lleno de experiencias, algunas buenas, otras no tan buenas, y otras que nos avergüenzan. En ocasiones, el camino que recorremos es solo una medida para evaluar si estamos listos o no para nuestra tierra prometida. Ciertamente hay una diferencia entre el atleta que con disciplina férrea se entrena todos los días y aquel que solamente es talentoso. ¿En que se fundamenta esa diferencia? En que el atleta es consciente de aquello que hizo mal y lo corrige, mientras que el talentoso solamente vive sin conciencia de aquel talento. Muchas veces sin analizar cómo mejorar ni qué hizo mal. De ese modo, am Israel es instado a ponderar sus actos y su andar hacia la tierra prometida, de modo similar al que Rambam propone el proceso de teshuvá: vemos cómo nos comportamos y corregimos nuestras fallas, hasta que al llegar a nuestro destino seamos capaces de reconocer que somos la misma persona, pero que sin embargo hemos cambiado, nos perfeccionamos, nos hemos hecho conscientes de nuestra conducta y nos hacemos mejores. Masei no es solamente una parada final en la que recordamos nuestro camino por el desierto. Es también una enseñanza de vida para reconocer que lo importante no es solamente llegar a destino, sino aprovechar el camino para hacernos mejores.
Daniel Cuper S.
Seminarista Bet Jai